Por: o La Quintero
Después de una semana de estudios y/o trabajo,
siempre devastadora, llega el merecido descanso, para muchos el fin de semana,
tiempo de relajación y recogimiento espiritual, donde no tenemos que madrugar
ni preparar el almuerzo para llevar en la porta comidas. No sé ustedes, pero a mi
ese día me toca hacer aseo en mi casa, con montones de ropa sucia que lavar. Pero cuando todo eso
termina, la tarde queda libre para añorar que llegue la noche y empezar la aventura nocturna.
Cuando empieza a caer la nochecita, como que nos
pica la casa y la garganta nos sabe a cerveza, sobretodo cuando tenemos
dinero en los bolsillos, la rumba nos empieza a llamar disimuladamente, a
algunos les susurra al oído, a otros les hace señas desde fuera de la ventana,
y al 90% de la población les escribe por whatsapp, pero a las 8 ya estamos dispuestos a gastar
lo poco o lo mucho de nuestros sueldos en una buena noche de rumba (el que lo
niegue, niega a la mamá).
Nos encontramos con un par de amigos, que,
usualmente, están igual de desplatados que uno, para ver "¿qué vamos a
hacer?". Siempre existe la ilusión de ir a un nuevo sitio, probar algo
diferente, ir a donde siempre los de la U o los del trabajo nos recomiendan,
pero al final aceptamos que le tenemos miedo a las nuevas experiencias, y
siempre existen excusas para no ir a un sitio distinto al habitual."no
conocemos a nadie allá", " ¿qué tal sea muy caro?", "me han
dicho que por allá se la pasa fulan@ y no me lo/la quiero encontrar",
"está muy lejos y luego no me alcanza para el taxi". Nos resignamos
alegremente a ir al mismo bar de siempre, donde ya nos sabemos hasta la lista
de reproducción del DJ.
Para dichos encuentros estamos llevando a cabo
siempre el mismo protocolo, llegamos con los mismos tres pelagatos de siempre,
buscamos entre la gente a los mismos clientes que van en el mismo plan
que uno, ( los más amigueros llegan a saludar al mesero, al barman, al dueño,
hasta al señor que vendé minutos ahí afuerita del bar). Siempre esperando que
algo nuevo ocurra, que alguien nuevo aparezca, para un posible ligue/levante,
esperando aquellos que si salen de su zona de confort para buscar bares y
discos nuevos, no como uno.
La ventaja de llegar a donde todos lo conocen, y
donde uno conoce a todos, es que te embriagas dos veces con más facilidad. Esto
se da por dos razones. 1. Porque todos se juntan para hacer vaca, 2. Porque
cada borracho que te conoce te gasta una cerveza. (Si usted no es cliente
asiduo de un bar en específico esto le puede significar un incentivo para
empezar a serlo). Así mismo nos sentimos tan en casa que ya no nos matamos la
cabeza pensando que ponernos, no nos probamos todo el armario antes de salir,
ya sabemos que va con el estilo del bar y que llama la atención, ya encajamos
con todos los demás.
Al final terminamos con la pinta de siempre, con los mismos tres pelaos de siempre, viendo a la misma gente de
siempre, y tomando lo mismo de siempre y sólo esperando que pase algo diferente
pero sin querer ser quien lo provoque. Todo esta hecho de tradiciones ¿no? Así
cómo nuestros papás, terminamos cayendo en el mismo hábito alcohólico, lamento decirles está triste verdad. Sin embargo, y muy a pesar del guayabo del otro día, tenemos las mismas ansias de hacer lo mismo el próximo fin de semana.
Al fin y al cabo ya todos
esos "amigos de bar" nos conocen borrachos, esa es una ventaja que no
podemos desmeritar, con ellos no nos da tanto oso embriagarnos y actuar como
idiotas (al final todos lo somos estando borrachos y no notamos la diferencia
sino hasta acordarnos al otro día), son los que nos conocen las intenciones
pendejas de "quiero llamar a mi ex" o de "déjeme que yo si se
bailar", hasta nos conocen el límite en el que saben que una vueltica más
nos va a hacer vomitar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario